miércoles, 20 de febrero de 2013

Ajedrez





El viejo ya había colocado la pequeña mesa con el tablero de ajedrez en el medio de la sala. Junto al tablero dos tragos de whisky esperaban impacientes. Su invitado siempre llegaba a esta hora, todos los domingos, sin falta, tan puntual como un reloj suizo. La puerta de casa se abrió justo a las 12, como siempre. Una figura larga entró en el apartamento, caminaba, pero a los ojos del viejo siempre parecía flotar. De las mangas de su túnica se podían ver, por momentos, sus esqueléticas manos y su rostro estaba permanentemente cubierto por la sombra de su capucha.
El viejo sonrió como lo hace la gente al ver a un viejo amigo.
            -- Hola ¿Cómo estás?—pregunto el viejo, mientras tomaba un trago de whisky—te ves tan mal como siempre.
            La figura tomo una silla y se sentó frente al viejo, del lado de las piezas negras.
            -- Cansado como de costumbre—dijo con una voz espectral que contrastaba con la tranquilidad del comentario – esta ciudad da demasiado trabajo.
            Empezaron a mover las piezas, los peones caían muertos, víctimas de la batalla mientras los ancianos cambiaban sus memorias. La figura recordó como comenzaron su pequeña apuesta. El viejo sufría de cáncer, y después de semanas de tratamiento, cuando los médicos ya se habían rendido, la figura se apareció en la habitación y sin explicación o presentación alguna le pregunto al viejo: “¿tú eras campeón de ajedrez? En efecto cuando joven el anciano había jugado ajedrez. Mientras los demás chicos pateaban pelotas el movía peones, mientras los demás admiraban a Di Stéfano el admiraba a Kasparov. A los 17 años era el campeón juvenil del país, sin embargo la universidad, las chicas y otras distracciones lo alejaron del juego
            -- Si—respondió el viejo con voz temblorosa.
            -- Sería bueno tener con quien practicar-- respondió la figura.
Mientras recordaban esto las piezas seguían moviéndose, ya cada ejército había perdido una torre, muchos peones habían caído y no quedaban caballos en el tablero, las reinas empezaban a reconocer terreno quejándose, de tener que proteger a su rey y los alfiles se movían con infinito cuidado.
--Cada día juegas mejor—dijo con tranquilidad el anciano mientras vaciaba su vaso de whisky—Un día de estos no seré capaz de ganarte.
            --Quizás hoy sea el día –devolvió la figura—Tu reina acaba de caer y casi no te quedan peones.
            -- Son los riesgos que uno toma en este juego—dijo tranquilamente el viejo mientras colocaba uno de sus peones en el lugar correcto—Jaque mate.
La figura reviso tranquilamente el tablero, sabiendo que el viejo tenía razón. El viejo creyó ver como su compañero de juegos esbozaba una sonrisa dentro de la obscura sombra generada por su capucha.
--Ganaste de nuevo— dijo mientras movía los hombros en resignación.
            --Si pero has mejorado mucho – respondió melancólico el anciano – Cada vez me cuesta más ganarte.
            -- Es lo normal – comento la figura con un dejo de resignación en su obscura voz—yo mejoro, tu envejeces.
Ambos soltaron una larga carcajada. Se dieron las manos en despedida pero antes de irse la figura se volvió a ver a su amigo.
            -- Nunca entenderé porque sirves dos tragos en la mesa, jamás he tocado el mío— comento viendo su vaso aun lleno.
            -- Pues la verdad es que nunca me ha gustado tomar solo, es todo—dijo con calma el viejo.
La figura prosiguió su camino un tanto resignado, a pesar de los años había cosas que jamás entendería de su amigo