domingo, 20 de septiembre de 2015

Sillas de Acero

Cuarto o quinto día seguido que veo a la misma señora de como 80 años sentada en la silla, su esposo sufre de cáncer, está hablando con otra mujer de la misma edad, su hija acaba de salir de una operación difícil, están esperando que se recupere. Hablan a pesar de lo diferente de sus circunstancias la edad las une.

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            La sala de espera de terapia intensiva debe ser uno de los lugares más extraños en donde  he estado sentado. En algún momento, el aburrimiento le gana a la preocupación, y uno se vuelve una especie de autómata tratando de acomodarse en la “ergonómica silla”, la maldita silla de acero con hoyitos. La silla no se hace más cómodas con los días, no hay manera de acomodar la espalda, de sentir al menos un poco de comodidad.
            Mientras el aburrimiento reina en esa habitación, en la de al lado la vida y la muerte juegan ajedrez. Una joven mujer está esperando que su esposo salga de una operación de emergencia, al hombre lo aplasto el portón de la puerta de su casa. Ella no hace sino llorar, está desesperada, el azar la trajo aquí. A veces la vida de alguien se apaga en un accidente, no por odio, ni por las dificultades de la vida, si no por el más puro azar. Quizás detrás de la puerta de terapia incentiva no se juega ajedrez sino que se juega a los dados.
            Las paredes son de un blanco tan pulcro como la nieve misma, la idea es que te calmes, te quites el estrés de saber que justo en la habitación de al lado están tratando de resucitar a aquel que amas.
            Para pasar a esa habitación donde se arrojan dados, hay que cumplir un protocolo riguroso, protocolo solo ignorado por los médicos de guardia: tienes que ponerte una bata azul, limpiarte las manos con antibacterial, montarte un absurdo sombrero de papel, recordar que solo puede entrar una persona por paciente y solo tienes cinco minutos para sonreír a quien viniste a ver.
            Cinco minutos. Imagina por un instante que te acaban de decir que el amor de tu vida está muriendo y solo puedes pasar a verlo cinco minutos tres veces al día. Solo quince minutos al día, y en cualquier momento la Parca puede iniciar su guardia, como dije: del otro lado de la puerta la vida y la muerte no juegan ajedrez si no a los dados.
            La mayoría del día, lo único que tienes es la televisión, y en un canal al azar que nadie está interesado en ver. Intentar cambiar el canal termina siendo un ejercicio de tolerancia, ponerte de acuerdo con otras seis personas desesperadas y aburridas suele ser complicado, mejor aprende a llevar un libro siempre contigo, algo para distraerte.
            Peros las sillas es lo que más se queda con uno, la curva que forman en la espalda hace imposible que uno se siente derecho, o que te estires para tratar de dormirte al menos por unos minutos. El acero suele enfriarse por el aire acondicionado empeorando el frio que el estrés y mismo aire generan, pareciera que la clínica quisiera que uno se fuera, que salieras del hueco donde te entierras a esperar que los hados decidan qué hacer con los que están del otro lado de la puerta.
            He visto momentos de felicidad, cuando a un hombre le avisan que su esposa y bebe sobrevivieron a un parto complicado, no se puede describir la felicidad en sus ojos, como si todo en el universo volviese a tener sentido en un instante, en un simple “están bien”. Y allí se ignora a los compañeros de sillas y se es feliz.
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            La octogenaria que espera por su esposo, sigue hablando con la anciana que aguarda por su hija. Aunque antes de hoy no se conocían, ambas son inmigrantes, de Tenerife, de la misma calle frente al muelle. El mundo es muy chiquito, comparten cuentos sobre las frías playas, playas obscuras “porque esta noche no alumbra la farola del mar”. Comparten sobre su infancia, sobre playas de piedras desconocidas para mí. La casualidad le regala una sonrisa al ambiente.
            Hay una mesita con revistas, son revistas viejas. Mientras el país, saca la mitad de una sonrisa por navidad, las imágenes de HOLA siguen en las playas de un verano ya pasado. Probablemente ha pasado mucho desde que las actualizaron, quizás ya no piensen volverlas a actualizar.
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            He pasado un par de navidades en la sala de espera de terapia intensiva. Es triste estar sentado en esas sillas mientras afuera la ciudad celebra, es lo más cercano a una tortura legal que he sufrido. Se pueden escuchar los cohetones de la calle y ver los fuegos artificiales, mientras la televisión sigue en aquel canal indefinido.
            Contrastar el ambiente festivo de la calle, que trata de olvidar por 24 horas todos sus problemas con el de esta sala, no hace más que amplificar mi dolor. Es normal que quienes estemos aquí sentados no podamos olvidar nuestros problemas, nuestro dolor está detrás de una puerta de cristal, allí al lado, esperando para empeorar.
            Pero la fecha nos devuelve un poco de esperanza a los que por momentos la hemos perdido. No es raro, tanta felicidad en la calle se contagia, quienes están en la sala hacen lo posible para reírse, quieren sonreír ya que todos alrededor lo hacen, tratan de sobrevivir.
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Las sillas no se hacen más cómodas con las horas, ambas ancianas se ven durante semanas, hasta que un día la hija sale de terapia. El esposo con cáncer aún vive pero esta delicado. La ruleta sigue girando.
La mujer joven de la silla del medio deja de venir, nunca nos dijo que paso con su pareja. Solo desapareció. Probablemente algún otro accidente ocupe su puesto, alguien más leerá las revistas viejas. Otro alguien vera las fotos de la revista HOLA de aquel lejano verano.


            Las sillas seguirán siendo de acero.

sábado, 25 de julio de 2015

Calles

“Por eso cuídate de las esquinas,
no te distraigas cuando caminas
que pa’ cuidarte yo solo tengo esta vida mía”
Yordano – Por Estas Calles —
Caracas en la noche es una dama furiosa, de esas que te premian o te castigan dependiendo del resultado de unos dados lanzados en plena borrachera. Por eso salir de una rumba o de un concierto nocturno sin carro, aun en una zona un poco mas segura como Las Mercedes, es un juego de ruleta rusa con una pistola a medio cargar. Sin embargo, uno toma la apuesta de vez en cuando. El concierto de Viniloversus fue suficiente para convencer a Andrea de que valía la pena el riesgo y una sonrisa de Andrea sobró para convencer a Carlos.
Andrea lo tenía loco desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado como para que fuera lógico seguir detrás de ella, sin embargo un par de besos con sabor a vodka y cerveza lo tenían convencido que no estaba aún condenado a la prisión que para muchos es la amistad. El primero de aquellos resbalones, de esos besos indebidos que el alcohol fuerza entre amigos, fue precisamente en un toque, por lo que la posibilidad de ir con ella a ver su banda favorita no era algo que se debía dejar pasar.
El viaje al local fue como de costumbrelas conversaciones mundanas, que si el nuevo disco de Jack White o el capítulo más reciente de alguna telenovela tonta. Pasaron por la licorería de siempre, con la intención de llegar con unos tragos encima, nada nuevo. El cielo de despejdo de Caracas los veía desde arriba, las estrellas sonreían, quizás con temor a que ya sabían lo que el destino les deparaba en aquella despejada noche.
Llegaron a la Quinta temprano, justo antes de que el local se convirtiera en un mar de cuerpos fusionados bajo los sonidos del rock y la electrónica.
Andrea pidió una cerveza, debajo del ruido de los bajos que el DJ disfrutaba usar para aturdirlos. La verdad es que el sonido en los locales no suele permitir demasiadas conversaciones, la idea es que te mezcles con el mar de gente, bailes, y te pierdas, por lo que Carlos quería aprovechar la situación.
El humo de los cigarros ajenos y las cinco cervezas surtieron su efecto. A Carlos siempre le había parecido que el humo de cigarro en altas concentraciones era erótico, una especie de neblina sexual que causa cáncer. Finalmente y después de fusilar sus inhibiciones a punta de alcohol Carlos tomo a Andrea por la cintura y la acerco al centro del local. Después de bailar un rato se besaron, desde que sus labios se tocaron Carlos supo que ese había sido el resbalón definitivo. Hubo nervios: en el fondo sabían que toda relación salida de la amistad terminaba siendo un tanto incomoda, pero no importaba, la verdad es que el destino no los dejaría durar demasiado.
Pasaron la tocada encerrados en el baño, mientras la banda tocaba en tarima con toda la fuerza con que siempre sonaban. La verdad es que los detalles no son demasiado apropiados. Esos encuentros que tienen tanto tiempo esperando justo debajo de la piel no deben ser descritos al público. Salieron justo para Ares, la canción de protesta y el típico cierre: el canto contra la violencia.
Ares no dispares — cantaba Rodrigo desde algún lugar de su garganta. Andrea aun fue capaz de cantarla. Sería mentira decir que Carlos no estuvo celoso de que, aquella noche, alguien la hiciera gritar mas que él, pero supo era una tontería así que hundió sus pensamientos en la canción.
Ares, el dios griego de la guerra, de esa época en que los dioses eran cool: tiraban, peleaban y asesinaban. La verdad es que Ares no era más que un reemplazo para no dar nombre, era una manera de dirigir el dedo a todos los culpables, sin dejar a nadie por fuera, era la manera no permitir que el odio que carcomía por dentro la ciudad fuera responsabilidad de alguien particular. La canción terminó y para cuando Vinilo se bajó del escenario, eran las 3 de la mañana.
Andrea y Carlos salieron de la mano, decidieron caminar hasta algún hotel cercano.
—¿Sin arrepentimientos? —Preguntó Andrea sonriendo, pícara, tan manipuladora como solo saben serlo las mujeres.
—¿Importa ahora? –dijo Carlos, sarcástico–. La verdad, Andrea, ya era hora de que pasara algo, cualquier cosa.
No caminaron demasiado. En lo que se alejaron de la gente y se quedaron solos bajo las estrellas escucharon el motor, sabían su significado: Todos en Caracas sabían su significado. Aceleraron el paso mientras el frío subía por sus espaldas.

            —Quieto –dijo la voz, justo detrás de ellos, fría, molesta. Ninguno era capaz de voltear a ver el rostro de donde provenía aquella amenaza.—. Ella viene conmigo —sentenció, sin pedir opiniones. La lujuria goteaba de la voz, y ninguno de ellos era capaz de verla de frente.
            Finalmente, Carlos reaccionó. Empujó a Andrea para que corriera. No sirvió de mucho. El balazo entró en su espalda y él cayó al suelo sin ver nunca la voz. Supo por los gritos que había atrapado a la chica y se la llevaba en una moto cercana. Él solo sentía el mordisco en su espalda y la lluvia. La lluvia que decidió aparecer, quizás porque la ciudad había decidido llorarlo o limpiar la sangre fresca que manchaba sus pisos.
            Lloró un poco por Andrea, luego no lloró más.


sábado, 31 de enero de 2015

El barco

Martita no puede dormir. Está dando vueltas en su sleeping. Quiere mentirse, decir que no duerme por el cuento, que teme ver el barco, y acercarse a la luz. Pero sabe que no es por eso, sabe que piensa en David, aun a sus tiernos diez años sabe que piensa en David.
            David es el guía del campamento y es perfecto en los ojos de Marta. La pobre niña no lo sabe pero está sintiendo los primeros estragos del amor, allí cuando es puro, cuando no nota el físico de David si no su voz, no su altura si no sus ojos no su palabrería si no su capacidad de contar historias.
            Las historias de David son legendarias entre los chamos del plan vacacional del club Puerto Azul. Todos desde el primer día esperaban la historia que David contaría la última noche, en la fogata, a la orilla de la playa, con el Mar Caribe de testigo. ¿Qué clase de fantasmas saldrían de su garganta para asustarlos?,¿Qué tipo de demonio vendría a la playa a comerse a los niños malos mientras duermen?.
            De pronto Martita piensa en el cuento, de verdad recuerda el cuento. La perfección de David sale de su cabeza y se enfoca en el barco que quizás flote entre los yates. Se da cuenta que no puede dormir y como el club es seguro de noche se escabulle y para dar una vuelta. David no lo nota, ella lo ve de reojo: se metió en la cama con una de las guías. Martita no sabe los detalles pero su corazón se rompe, sus padres no le mintieron, ella sabe que no hay cigüeña y que lo que están haciendo es cosa de adultos.
            Afuera de la zona del campamento algo la jala hacia los muelles. Supongo es la necesidad de superar el miedo al barco del cuento, superar el miedo a la historia de David y quizás, instintivamente, quiere con eso superar a David.
            Le tiemblan las piernas mientras sus pasos la dirigen como autómata hacia el muelle, recuerda los detalles del cuento:
Resulta que por allá cuando el mar y la montaña se unieron para devorar a la guaira (así lo describió David) un barco se había alejado de los muelles del club jalado por las caóticas mareas. En el barco iba un padre con sus dos niñas, un hombre amable que se había quedado durmiendo en el Barco para ahorrarse lo de la habitación. El barco se fue lejos. Unos años después llego flotando, los guardias lo amarraron al muelle y entraron. El motor no podía funcionar por que se había llenado de piedras, dentro del barco consiguieron dos juegos completos de huesos, los forenses reconocieron que eran los huesos de las niñas. La carne la separaron de los huesos con los dientes. Hambre.
El padre no fue conseguido, la teoría de los forenses fue que se había arrojado al mar para aliviar el dolor cuando noto lo que la desesperación lo llevo a hacer. Pero el horror no terminaba allí, al parecer antes de que se pudiesen llevar el barco del club este desapareció. La familia donó los restos a la UCV para poder olvidarse de la tragedia, nadie hizo las pesquisas de ver qué pasó con el barco y el crimen se olvidó.
Pero pareciera que el Barco aparece de vez en cuando por los muelles, y siempre que pasa hay alguna tragedia. Una de las veces un niño se resbaló en el trampolín y murió con un golpe en la cabeza. La siguiente un surfista se estrelló contra las rocas y murió tratando de nadar a la orilla. La más reciente, una chica nadadora la jaló una de las bombas de agua de la piscina, su brazo se atoró y murió mientras su padre trataba de darle respiración bajo el agua.
Martita sigue caminando hacia los muelles mientras recuerda la sonrisa macabra en la boca de David mientras describía aquellas muertes horribles. De verdad era un profesional en eso, todos los niños temblaban de miedo e incluso algunos de los guías, uno podía oler el miedo en el sudor del aire.
Ella no se detiene a pensar en lo solitario que esta el club, normalmente hay gente caminando en él a todas horas. Llega a los muelles y ve algo raro, un barco. Un barco lleno de barro como si lo hubiesen volteado en la arena, tiembla. El barco es de esos que tiene una puerta muy visible en la cubierta, se puede ver la putrefacción en la madera, aun con la pintura blanca típica de los barcos del club.
Martita da dos pasos hacia atrás, el terror la invade. Al correr se resbala, golpea su cabeza con el borde del muelle y cae al agua, sus brazos no responden, no puede nadar. Finalmente se queda dormida.
Amanece, David no ve a Marta Gonzáles al pasar la lista, la buscan y no la encuentran. Aparece durante la tarde, uno de los hombres que pesca con arpón la confunde con un pez, solo puede respirar cuando le dicen que ya se había ahogado cuando la atravesó con su arma.
Un par de personas dicen que vieron el barco.                 

 David no volvió a contar cuentos de miedo.