Tres horas acostado en mi
cama, a estas alturas de la noche, y con un par de cervezas encimas, uno
empieza a tipiar lo que le pasa por la cabeza sin demasiado filtro. La verdad
es que son las primeras líneas que escribo en meses y son un asco, pero supongo
es la mejor manera de enfrentar el bloqueo, de vencer al maldito demonio de
página en blanco: Hacer un diario, una crónica, hablar de ella, de la mujer
alrededor de quien ahora giran todas las palabras que escribo
No me pidan su nombre, honestamente no quiero escribirlo.
Quizás es que recuerdo solo su voz: suave, dulce, incluso su español más
grosero sonaba como el más poético francés. Sus ojos azules y su cabello marrón,
su labios rojos… Si lo se cliché, pero todos somos convencionales en algunas cosas.
La conocí en una red social, despotricaba contra la mitad
de la humanidad por motivos que ya no recuerdo y se me ocurrió responderle que
no estaba de acuerdo, que si quería hablarlo con un café. Para mi sorpresa, y
susto inicial me lanzo un sí, decidimos vernos en un café de Sabana Grande para
que fuera más cómodo ir después de clases.
Por
fin llego el día, yo y mis nervios salimos caminando hacia el boulevard al
ritmo que marcaba Sabina en el Ipod. Me senté en una silla del café y pedí un
con leche grande, espere un poco hasta que ella llego antes que mi café.
Camisa
de escote justo, minifalda de jean, zapatos de goma, sonreía como si tuviese la
expectativa de ganarme una discusión en un tema que olvide justo después de
verla. Se acercó tomo una silla y llamo al mesonero que, por supuesto la
atendió más rápido que a mí al punto que su café llego un poco antes del mío.
Me vio, abrió el tema filosófico, uno de esos “porque estamos como estamos”
típicos de la crisis, solo que el de ella (quizás solo porque lo decía ella) se
me hacía cuando mínimo un poco más interesante.
Le
di la razón, quería ahorrarme una disputa, me sorprendió lo fácil que aceptaba
el error de mi argumento cuando me atraen lo suficiente las curvas de alguien.
Pasamos a hablar de cine, fue cuando menos curioso.
--Odio
a Kubrick—escupió como si no se tratara de una herejía cinéfila imperdonable –
El tipo crea personajes planos y de paso ignora cómo quiere la intención del
autor.
Procedió
con el argumento de que Anthony Burgees y Stephen King odiaban las adaptaciones de sus novelas que
había dirigido Kubrick. No pude si no sentirme ofendido con esto, sin embargo
importaba poco. Era de ella, desde el momento en que la vi era de ella, sus
gustos cinematográficos eran secundarios o quizás incluso la hacían más
interesante… además hasta ella aceptaba que 2001 era una obra maestra.
Hablamos
un poco más, terca e inteligente, la triste realidad es que no pude ganarle ni
siquiera el obvio argumento de que Kubrick era un buen director. Al final de la
tarde me quito el teléfono anoto su número y se fue. Solo dejo un beso en el
cachete y un “llámame” al oído
Espere
un par de días antes de llamar, por fin levante el teléfono quedamos para una
película, quizás no la mejor idea dado el encontronazo previo sobre cine… sin
embargo me moría por verla.
Llegue
un poco antes de la hora, espere pacientemente a que ella llegara. Finalmente
ella apareció media hora tarde, no recuerdo demasiado de la película, ella
estaba decidida a no verla, me beso como si quisiera borrar algo, olvidarse de
algún mal recuerdo o de una mala decisión. No me importo, me deje usar, lo
importante es que fuera ella.
Me
uso completo, luego de la película fuimos a mi carro y ella siguió. Besos,
caricias, me perdí en su cuerpo, sus curvas sus labios. Por supuesto hay un
límite en lo que se puede hacer en la parte trasera de un auto, por lo que
conseguimos un hotel cercano. Ella decidió conseguir uno un poco mugriento, le
pareció poético, a estas alturas yo hubiese aceptado lo que me pidiera.
No
recuerdo más, me desperté en la mañana en la habitación del hotel, tratando de
reconocer el techo desconocido. Cuando uní los puntos note que se habían
llevado mi teléfono y las llaves de mi auto, no fue hasta que llame desde el
lobby a un amigo para pedir la cola y llegue a mi casa que note que no podía
escribir de nada que no fuese ella.
Estoy
en eso desde entonces, tratando de vencer al demonio eterno de la página en
blanco sin tener que recurrir a ella. Hasta ahora no lo he conseguido, la
verdad estoy pensando en que estas sean mis últimas líneas, no quiero seguir
tratando de escribir, no quiero seguir pensando en ella. No quiero pensar más
en sus ojos azules, ni pensar más en el sabor perfecto de sus labios rojos.