sábado, 25 de julio de 2015

Calles

“Por eso cuídate de las esquinas,
no te distraigas cuando caminas
que pa’ cuidarte yo solo tengo esta vida mía”
Yordano – Por Estas Calles —
Caracas en la noche es una dama furiosa, de esas que te premian o te castigan dependiendo del resultado de unos dados lanzados en plena borrachera. Por eso salir de una rumba o de un concierto nocturno sin carro, aun en una zona un poco mas segura como Las Mercedes, es un juego de ruleta rusa con una pistola a medio cargar. Sin embargo, uno toma la apuesta de vez en cuando. El concierto de Viniloversus fue suficiente para convencer a Andrea de que valía la pena el riesgo y una sonrisa de Andrea sobró para convencer a Carlos.
Andrea lo tenía loco desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado como para que fuera lógico seguir detrás de ella, sin embargo un par de besos con sabor a vodka y cerveza lo tenían convencido que no estaba aún condenado a la prisión que para muchos es la amistad. El primero de aquellos resbalones, de esos besos indebidos que el alcohol fuerza entre amigos, fue precisamente en un toque, por lo que la posibilidad de ir con ella a ver su banda favorita no era algo que se debía dejar pasar.
El viaje al local fue como de costumbrelas conversaciones mundanas, que si el nuevo disco de Jack White o el capítulo más reciente de alguna telenovela tonta. Pasaron por la licorería de siempre, con la intención de llegar con unos tragos encima, nada nuevo. El cielo de despejdo de Caracas los veía desde arriba, las estrellas sonreían, quizás con temor a que ya sabían lo que el destino les deparaba en aquella despejada noche.
Llegaron a la Quinta temprano, justo antes de que el local se convirtiera en un mar de cuerpos fusionados bajo los sonidos del rock y la electrónica.
Andrea pidió una cerveza, debajo del ruido de los bajos que el DJ disfrutaba usar para aturdirlos. La verdad es que el sonido en los locales no suele permitir demasiadas conversaciones, la idea es que te mezcles con el mar de gente, bailes, y te pierdas, por lo que Carlos quería aprovechar la situación.
El humo de los cigarros ajenos y las cinco cervezas surtieron su efecto. A Carlos siempre le había parecido que el humo de cigarro en altas concentraciones era erótico, una especie de neblina sexual que causa cáncer. Finalmente y después de fusilar sus inhibiciones a punta de alcohol Carlos tomo a Andrea por la cintura y la acerco al centro del local. Después de bailar un rato se besaron, desde que sus labios se tocaron Carlos supo que ese había sido el resbalón definitivo. Hubo nervios: en el fondo sabían que toda relación salida de la amistad terminaba siendo un tanto incomoda, pero no importaba, la verdad es que el destino no los dejaría durar demasiado.
Pasaron la tocada encerrados en el baño, mientras la banda tocaba en tarima con toda la fuerza con que siempre sonaban. La verdad es que los detalles no son demasiado apropiados. Esos encuentros que tienen tanto tiempo esperando justo debajo de la piel no deben ser descritos al público. Salieron justo para Ares, la canción de protesta y el típico cierre: el canto contra la violencia.
Ares no dispares — cantaba Rodrigo desde algún lugar de su garganta. Andrea aun fue capaz de cantarla. Sería mentira decir que Carlos no estuvo celoso de que, aquella noche, alguien la hiciera gritar mas que él, pero supo era una tontería así que hundió sus pensamientos en la canción.
Ares, el dios griego de la guerra, de esa época en que los dioses eran cool: tiraban, peleaban y asesinaban. La verdad es que Ares no era más que un reemplazo para no dar nombre, era una manera de dirigir el dedo a todos los culpables, sin dejar a nadie por fuera, era la manera no permitir que el odio que carcomía por dentro la ciudad fuera responsabilidad de alguien particular. La canción terminó y para cuando Vinilo se bajó del escenario, eran las 3 de la mañana.
Andrea y Carlos salieron de la mano, decidieron caminar hasta algún hotel cercano.
—¿Sin arrepentimientos? —Preguntó Andrea sonriendo, pícara, tan manipuladora como solo saben serlo las mujeres.
—¿Importa ahora? –dijo Carlos, sarcástico–. La verdad, Andrea, ya era hora de que pasara algo, cualquier cosa.
No caminaron demasiado. En lo que se alejaron de la gente y se quedaron solos bajo las estrellas escucharon el motor, sabían su significado: Todos en Caracas sabían su significado. Aceleraron el paso mientras el frío subía por sus espaldas.

            —Quieto –dijo la voz, justo detrás de ellos, fría, molesta. Ninguno era capaz de voltear a ver el rostro de donde provenía aquella amenaza.—. Ella viene conmigo —sentenció, sin pedir opiniones. La lujuria goteaba de la voz, y ninguno de ellos era capaz de verla de frente.
            Finalmente, Carlos reaccionó. Empujó a Andrea para que corriera. No sirvió de mucho. El balazo entró en su espalda y él cayó al suelo sin ver nunca la voz. Supo por los gritos que había atrapado a la chica y se la llevaba en una moto cercana. Él solo sentía el mordisco en su espalda y la lluvia. La lluvia que decidió aparecer, quizás porque la ciudad había decidido llorarlo o limpiar la sangre fresca que manchaba sus pisos.
            Lloró un poco por Andrea, luego no lloró más.


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