“Por
eso cuídate de las esquinas,
no te distraigas cuando caminas
que pa’ cuidarte yo solo tengo esta vida mía”
Yordano – Por Estas Calles —
no te distraigas cuando caminas
que pa’ cuidarte yo solo tengo esta vida mía”
Yordano – Por Estas Calles —
Caracas
en la noche es una dama furiosa, de esas que te premian o te castigan
dependiendo del resultado de unos dados lanzados en plena borrachera. Por eso salir
de una rumba o de un concierto nocturno sin carro, aun en una zona un poco mas
segura como Las Mercedes, es un juego de ruleta rusa con una pistola a medio
cargar. Sin embargo, uno toma la apuesta de vez
en cuando. El concierto de Viniloversus fue
suficiente para convencer a Andrea de que valía la pena el riesgo y una sonrisa de Andrea sobró para convencer a Carlos.
Andrea
lo tenía loco desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado como para que fuera
lógico seguir detrás de ella, sin embargo un par de besos con sabor a vodka y
cerveza lo tenían convencido que no estaba aún condenado a la prisión que para muchos es la amistad. El primero de aquellos resbalones, de esos besos
indebidos que el alcohol fuerza entre amigos, fue precisamente en un toque, por lo que la posibilidad de ir con ella a ver su banda favorita no era algo que se debía
dejar pasar.
El
viaje al local fue como de costumbre: las
conversaciones mundanas, que si el nuevo disco de Jack White o el capítulo más
reciente de alguna telenovela tonta. Pasaron por la licorería de siempre, con la
intención de llegar con unos tragos encima, nada nuevo. El cielo de despejdo de Caracas los veía desde arriba, las
estrellas sonreían, quizás con temor a que ya sabían lo que el destino les deparaba en aquella despejada noche.
Llegaron a la Quinta temprano, justo antes de que el local se convirtiera en un mar de cuerpos
fusionados bajo los sonidos del rock y la electrónica.
Andrea
pidió una cerveza, debajo del ruido de los bajos que el DJ disfrutaba usar para
aturdirlos. La verdad es que el sonido en los locales no suele permitir
demasiadas conversaciones, la idea es que te mezcles con el mar de
gente, bailes, y te pierdas, por lo que Carlos quería aprovechar la situación.
El humo
de los cigarros ajenos y las cinco cervezas surtieron
su efecto. A Carlos siempre le había parecido
que el humo de cigarro en altas concentraciones era erótico, una especie de
neblina sexual que causa cáncer. Finalmente y después de fusilar sus
inhibiciones a punta de alcohol Carlos tomo a Andrea por la cintura y la acerco
al centro del local. Después de bailar un rato se besaron, desde que sus labios se tocaron Carlos supo que ese había sido el resbalón definitivo. Hubo
nervios: en el fondo sabían que toda relación
salida de la amistad terminaba siendo un tanto incomoda, pero no importaba, la
verdad es que el destino no los dejaría durar demasiado.
Pasaron
la tocada encerrados en el baño, mientras la banda tocaba en tarima con toda la
fuerza con que siempre sonaban. La verdad es que los detalles no son demasiado
apropiados. Esos encuentros que tienen tanto tiempo esperando justo debajo de
la piel no deben ser descritos al público. Salieron justo para Ares, la canción
de protesta y el típico cierre: el canto contra
la violencia.
“Ares no dispares”
— cantaba
Rodrigo desde algún lugar de su garganta. Andrea
aun fue capaz de cantarla. Sería mentira decir que Carlos no estuvo celoso de que, aquella noche, alguien la hiciera gritar mas que él, pero supo era una tontería así que hundió sus
pensamientos en la canción.
Ares,
el dios griego de la guerra, de esa época en que los dioses eran cool: tiraban, peleaban y asesinaban. La verdad es
que Ares no era más que un reemplazo para no dar nombre, era una manera de dirigir el dedo a
todos los culpables, sin dejar a nadie por fuera, era la manera no permitir que el odio que
carcomía por dentro la ciudad fuera responsabilidad de alguien particular. La
canción terminó y para cuando Vinilo
se bajó del escenario, eran las 3 de la mañana.
Andrea
y Carlos salieron de la mano, decidieron caminar hasta algún hotel cercano.
—¿Sin
arrepentimientos? —Preguntó Andrea sonriendo, pícara, tan manipuladora como
solo saben serlo las mujeres.
—¿Importa
ahora? –dijo Carlos, sarcástico–. La verdad, Andrea, ya era hora de que pasara
algo, cualquier cosa.
No
caminaron demasiado. En lo que se alejaron de la gente y se quedaron solos bajo
las estrellas escucharon el motor, sabían su significado: Todos en Caracas
sabían su significado. Aceleraron el paso mientras el frío subía por sus
espaldas.
—Quieto –dijo la voz, justo detrás de ellos, fría,
molesta. Ninguno era capaz de voltear a ver el rostro de donde provenía aquella
amenaza.—. Ella viene conmigo —sentenció, sin pedir opiniones. La lujuria goteaba de la voz, y ninguno de ellos era capaz de verla de frente.
Finalmente, Carlos
reaccionó. Empujó a Andrea para que corriera. No
sirvió de mucho. El balazo entró en su espalda y
él cayó al suelo sin ver nunca la voz. Supo por los gritos que había atrapado a
la chica y se la llevaba en una moto cercana. Él solo sentía el mordisco en su
espalda y la lluvia. La lluvia que decidió aparecer, quizás porque la ciudad había
decidido llorarlo o limpiar la sangre fresca que manchaba sus pisos.
Lloró un poco por Andrea, luego no lloró más.
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