El viento del mar acaricia la cara del pirata, un recordatorio constante de que es libre de las cadenas que imponen las naciones, se le dibuja una sonrisa una sonrisa en el rostro, se escucha su grito que revienta por todos los siete –¡¡Posiciones de batalla!!- se dibujaba a la distancia la figura de otro barco, un corsario esos que se hacían llamar piratas a pesar de trabajar para las coronas. No entendían el punto, el tema no era dinero era libertad.
Se dispararon los cañones, volaron las balas, -¡abordaje!- Resonó en sus oídos desde el barco enemigo, tomo la espada que reposaba en su cinto, peleo contra la otra tripulación con el valor típico. En realidad la mayoría de las tripulaciones de los corsarios eran poco habilidosas, les faltaba corazón. La batalla fue corta el barco enemigo era del pirata antes de que pasaran 3 horas, revisó las galeras del corsario un tanto de oro para repartir entre la tripulación, se lo repartió a los suyos y hundió el barco.
Así era su vida, batallas, navegar, enterrar y buscar tesoros, noches acompañado por las damas mas hermosas que el viento le pudiera acercar. Lo tenía todo, todo lo que un espíritu o un cuerpo pudieran desear. Su tesoro era su barco, su dios su libertad, su patria era el lugar donde las velas de su barco lo guiaran.
Diviso el horizonte que rodeaba a su barco, dio la orden de izar las velas y navegar hacia la puesta de sol, el viento moviendo su cabello, el sol reflejando su luz en el diente de oro que mostraba mientras sonreía. El mundo le temía a sus cañones, los barcos corrían de su bandera, los puertos le abrían las puertas ya que no podían vencerlo, el mundo y todo lo que en el había era suyo, sin lugar a discusión y sin rival alguno.
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